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Si muero lejos de ti: The mighty, mighty dreamers (OPINION)

Muchos esperan que se apruebe el DREAM Act, la ley que permitiría la legalización de los jóvenes indocumentados que entraron al país siendo menores de edad.

Tienen entre 17 y 23 años de edad. Llevan a cuestas una vida de ambivalencia y contradicción. Por una parte, han crecido en Estados Unidos, han ido a la escuela aquí, hablan en inglés con sus amigos; aprendieron a cantar el Himno Nacional estadounidense y God Bless America, y durante años, en la escuela, han jurado lealtad a la bandera de las barras y las estrellas. Por otra, aprendieron a cantar México Lindo y Querido cuando en su casa entraba la nostalgia; cenan frijolitos, pozole, pambazos; en casa hay una virgencita de Guadalupe y papá y mamá hablan en español.

Un día descubrieron que son indocumentados. Que no podían tener una licencia de conducir. Que no podían hacer solicitudes para ir a la universidad. Que el esfuerzo de los últimos años, que los miles de dólares que Estados Unidos invirtió en su educación, que los consejos de sus maestros para que no abandonaran la escuela y lograran graduarse de High School, no sirvieron para nada. Que no van a poder obtener un empleo. Que si un día se le viene en gana a un sheriff fascista, pueden acabar deportados, enviados a un país que no conocen.

Cada uno reaccionó como pudo. Una montó en cólera y reprochó a sus padres haberla traído indocumentada cuando tenía sólo un año de edad. Otro decidió que era momento de trabajar y empezó a conducir sin licencia; ha estado diez veces frente a un juez respondiendo infracciones. Una de ellas no ha terminado la preparatoria, pero coopera para que su hermana, también indocumentada, pueda pagar veinte mil dólares al año para ir a la universidad. Cada uno tuvo que seguir viviendo, luchando por salir de las sombras. Cada uno espera que se apruebe el DREAM Act, la ley que permitiría la legalización de los jóvenes indocumentados que entraron al país siendo menores de edad. Los seis saben que la ley lleva diez años en espera de su aprobación, y que el momento no llega. Los seis son dreamers.

Un día los caminos de los seis se cruzaron. Fue cuando decidieron que quien nada tiene, nada tiene que perder. Su comunidad, una comunidad azotada por el Sheriff Joe Arpaio, por las autoridades de inmigración, por la ley SB 1070 de Arizona, por aquellos que consideran que ser inmigrante es ser criminal, decidió apoyarlos. Sus familias voltearon a verlos y se dieron cuenta de que ante el miedo, sólo tenían dos opciones: paralizarse o pelear. Sus hijos habían decidido pelear, y tuvieron que pelear con ellos.

"La única arma que tiene Arpaio sobre nosotros es nuestro miedo", dice Viridiana con megáfono en mano, temblando de la rabia, con los ojos humedecidos. "Es nuestro miedo lo único que le permite a ese hombre tener el poder que tiene. Si nosotros no tenemos miedo, le quitamos su única arma. Arpaio: hoy estoy aquí, en medio de la calle, y te estoy gritando que soy indocumentada. ¡Arpaio, soy indocumentada, ven por mí! Ven por mí como vas por nosotros cuando salimos a la calle con nuestra familia, cuando vamos a la escuela, cuando estamos solos. ¿Por qué no vienes, nos tienes miedo?".

Los seis están sentados a la mitad de una transitada avenida del lado oeste de Phoenix, un vecindario predominantemente latino, sobre una manta que dice "Stop Arpaio", sobre otra que dice "No permaneceremos más tiempo en las sombras". Los seis están sentados ahí, y ahí permanecerán, aseguran, hasta que las leyes de inmigración cambien, hasta que la comunidad inmigrante se sienta segura y respetada. Los seis saben lo que el término "desobediencia civil" significa: que ahora que llegaron los agentes de policía de la ciudad les van a pedir que desalojen el área porque están bloqueando el tránsito. Que ellos no obedecerán, que seguirán coreando consignas apoyados por las cerca de 60 personas que los acompañan en el lugar. Que la policía llamará a los refuerzos. Que los refuerzos vendrán en doce camionetas, que se pararán frente a ellos. Que les harán una última llamada para retirarse, que ellos volverán a negarse a hacerlo. Que treinta policías protegidos con equipo antimotines harán una valla a lo largo de la calle bloqueada y avanzarán intimidantes hacia ellos, que quedarán cara a cara. Que los seis, con la única fuerza de la autoridad moral, permanecerán sentados gritando "undocumented and unafraid!". Que uno a uno los levantarán del piso y los llevarán arrestados, que la policía desalojará el lugar. Que la noche de este martes 20 de marzo, justo con el equinoccio de primavera, la pasarán en prisión. Qué muy probablemente una vez que pisen el territorio del Sheriff Arpaio –a donde inevitablemente irán a dar por ser la única prisión del condado-, llegarán los agentes de inmigración. Que si llegan, seguirán diciendo, cargados de orgullo y dignidad, que son indocumentados y que no tienen miedo. Que sólo dios sabe qué pasará en los próximos días.

"Lo que importa no es lo que nos va a pasar a nosotros, sino lo que pasará con nuestra comunidad cuando estemos ahí adentro. Lo que les pedimos es que se den cuenta que llevamos dos horas parados aquí, diciendo que somos indocumentados, y con ello hemos logrado que cincuenta personas más se reúnan y nos apoyen y ellos también tengan el valor de decirlo sin temor", dice Daniela, otra de las jóvenes. "Que estamos diciéndole al sheriff que estamos aquí, sin papeles, y que no ha venido por nosotros; porque sabe que si estamos juntos somos más fuertes. El sheriff nos tiene miedo".

A punto de ser arrestada, Daniela tiene las botas de los policías a diez centímetros de su rostro. Los demás han sido levantados, está ella sola ante la valla de autoridad. Con el puño en alto, grita su falta de documentos y su falta de miedo mientras le tiembla la mandíbula por la emoción, mientras dos agentes la levantan.

La gente que recién pasa por ahí no entiende qué ocurre y pregunta quiénes son. En el aire aún resuena el canto de los jóvenes: "We are the dreamers, the mighty, mighty dreamers...".

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