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Si muero lejos de ti: Javier Sicilia, breve retrato de un poeta (OPINION)

El poeta habla de la caravana que realizará a partir del 12 de agosto, en donde buscará dar voz a quienes no pueden hacerse oír en Estados Unidos.

Javier Sicilia luce cansado. Cómo no va a estarlo; carga con las penas de todos los que encuentra a su paso. Su actitud es la de guía y confidente, y por momentos parece un justiciero y hasta un juglar. De pie ante un pequeño grupo de gente escucha los testimonios de algunas personas que buscan consuelo y esperan encontrarlo en el dolor compartido. Parado con las piernas ligeramente separadas, con los brazos cruzados al frente, con la cabeza baja cubierta por el sombrero café que de momento me recuerda a Indiana Jones, Sicilia parece estar viendo al piso pero en realidad está viendo a nada. Escucha con atención el testimonio de una mujer que muestra una fotografía y habla de su hermano desaparecido: lo estamos buscando desde hace meses y, si acaso me ve, quiero que sepa que lo estoy esperando. Antes de finalizar la frase, la mujer se quiebra. Entonces Sicilia levanta la mirada y le da un abrazo fraterno, que es más una invitación a que la mujer se le lance en los brazos y termine de llorar a gusto.

Un año lleva Sicilia cargando el dolor de todos. Depositario de esperanza, el peso de las pérdidas de los demás se suma a la de su propio hijo, Juan Francisco, y se convierten en un todo que se lleva como penitencia.

Porque Sicilia ha hablado de la culpabilidad del que sobrevive; como si la vida fuera inmerecida por tenerla él y no su hijo. Como si para justificarla debiera cargar con todo el dolor del mundo.

A pesar del autoimpuesto fardo, del cansancio, Sicilia, de presencia robusta, no podría parecer más ligero. Entra a un salón para reunirse con quince personas, todas periodistas. No es una conferencia de prensa ni un anuncio a los medios; es una reunión entre colegas, entre quien ha venido del otro lado de la frontera a contarnos su historia y las muchas otras historias que se han subido en la suya, y quienes anhelan saber lo que la tele no dice acá, lo que todas las otras voces no dejan escuchar.

Así, Javier arriba todo sonrisa. A pesar de la dureza de sus palabras, habla con voz suave y tono conciliador, lo cual hace que la atención se concentre en el discurso transportado por un arrullo. Y a pesar de la tristeza, sus ojos empequeñecidos tras los lentes logran emitir un destello, una pequeña chispa, cuando su mirada se cruza con la de alguien más. Le cae encima la prisa de los demás, las ganas de preguntar mil cosas, pero él toma su tiempo para explicar su punto. Las elecciones de este 1 de julio en México serán las de la ignominia. Él no hace campaña por el voto en blanco, pero no cree que la solución esté en el candidato de ningún partido. Todos son criminales y se protegen entre ellos. Existe una dictadura del caos, una vida entre el miedo. Sicilia abre ligeramente los ojos para convencernos de que lo que dice es cierto. Vuelve a sonreír.

En ningún momento habla de su hijo. El tema resulta una obviedad; es la razón de todo y su presencia está en todo. Sí habla, sin embargo, de muertos y desaparecidos, de impunidad, de injusticia. Habla de un Estado que es incapaz de acotar el crimen, habla del fracaso de Felipe Calderón, a quien considera un hombre obstinado. Habla de la responsabilidad de Estados Unidos en la crisis por la que atraviesa México, de sus intereses en el mercado de las drogas y las armas. Recuerda la experiencia de Chicago durante la ley seca y los aumentos en el índice de alcoholismo. Llama a aprender de ella para solucionar el problema del narcotráfico de raíz. Habla de la corrupción y la impunidad. Considera un gran error creer que los buenos están adentro y los malos están afuera. Repite: Calderón es un hombre de gran estrechez.

Las manos de Javier Sicilia son un mapa de los caminos que ha caminado. En las muñecas lleva pulseritas de cuentas, cintas tejidas a mano, listones con amuletos, un brazalete huichol. Es evidente que todos han sido regalos, deseos, encargos de los sitios por donde pasa. Los trae todos consigo. Al cuello trae también la fe de los que le han regalado un rosario, otro, otro más. Cuento como cinco de ellos entre los pliegues de su camisa azul, un poco arrugada por la chamarra con interior aborregado que ha dejado sobre una silla. Los jeans y los zapatos de andar delatan los meses de movimiento por la paz.

Sicilia busca la ocasión para recordar a los periodistas que trabajan en español en Estados Unidos la trascendencia de su papel. Habla de la caravana que realizará a partir del 12 de agosto, en donde buscará dar voz a quienes no pueden hacerse oír en Estados Unidos, en donde buscará generar visibilidad para el problema que nos devora. Nos pide que contemos esta historia, nos asegura que a pesar de lo que conocemos existe una posibilidad de crear un gobierno de unidad nacional. De mandar por un tubo a los que sólo administran la miseria del país, de que el país sea gobernado con dignidad moral. Explica utopías de funcionarios públicos rechazando nuevos puestos por considerarse incapaces, y con narcotraficantes y policías infiltradas haciendo examen de conciencia. Recuerda al subcomandante Marcos, llama a vivir la democracia desde abajo.

Una hora más tarde se levanta, se toma una foto, se despide de beso. Es cálido, lanza la esperanza de pronto reencuentro, se va con sus ojos tristes y su idea de un mundo que no existe en la política y que no existe en la vida real, pero que qué lindo es escuchar. Y yo recuerdo que él hace un año dijo que no haría más poesía, que con Juan Francisco se la habían llevado toda; y lo veo caminando, con el dolor a cuestas, y pienso que esa imagen sólo puede ser la de un poeta.

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